domingo, 13 de enero de 2013

Sociedad, Familia y Educación

Debido a cuestiones académicas, aunque también intelectuales y personales, he tenido que reflexionar hace poco sobre estos tres conceptos y su inter-relación dentro del tejido vital y experiencial de cada individuo. Curiosamente, la entrada anterior a ésta, que quizás resulta un poco críptica, ayudó mucho en el planteamiento de las cuestiones que trataremos a continuación.

Estos tres conceptos siempre han mantenido una conexión sinérgica, dada la realidad de que los dos posteriores forman parte del primero, siendo en la mayoría de los casos la base de la misma. La familia, a lo largo de la historia, ha constituido el elemento nuclear de la sociedad, en cuyo seno se ha educado a sus miembros en mayor o menor medida. Más allá de la propia educación, la familia constituía también una persona jurídica; esto es, una entidad con nombre propio dentro de la sociedad. Esta entidad jurídica ha definido a lo largo del tiempo a los sujetos dentro de la sociedad, o al menos así ha sido hasta la llegada de los medios de comunicación de masas. Por tanto, estamos hablando también de identidad, de aquélla que proporciona la unión social de tipo familiar.

El hecho de que la familia forme parte de la identidad del individuo, en tanto en cuanto es su grupo primigenio de pertenencia, conlleva una educación concreta del individuo. El aprendizaje, para nosotros, comienza ya desde el mismo nacimiento, y en él intervienen no sólo los progenitores, sino toda aquélla persona que le rodea. Además, tenemos todos los estímulos que provienen del contexto, y que van más allá de la microestructura familiar, ya que estamos hablando de influencias a través del tiempo. Y es precisamente la sociedad la que proporciona estas influencias y estímulos, retroalimentándose de los procesos que genera dentro de un eje cronológico y un marco estructural.
No obstante, en las cuestiones que nos ocupan, que tienen que ver principalmente con la educación y las posibles retroalimentaciones existentes entre los tres conceptos, hemos de focalizar nuestra atención hacia la educación denominada como secundaria. Dejando a un lado, al menos en inicio, las teorías conductistas y constructivistas del individuo desde sus primeros estadios, debemos resaltar las realidades más funcionales e inmediatas en lo que respecta al proceso educativo.

Mediante una simplificación, realizada como ayuda a la posibilidad de postrer comprensión y construcción teorética, intentaremos dar unas pinceladas a este complejo puzzle que se abre ante cualquier individuo integrado en una sociedad: el drama de la educación. Hemos elegido esta palabra de forma totalmente deliberada, ya que queremos hablar de algo real y conmovedor, y a la vez tenso, pasional y conflictivo. Para nosotros, la educación es un proceso que contiene todas estas características debido a su extensión cronológica y a la inherente sensibilidad del individuo y del proceso en sí, por ser algo personal, a las incidencias externas.

Para algunos pensadores, la educación no aparece hasta que no se concibe la libertad individual. Ilustración y secularización, dos conceptos profundamente enlazados, tienen en esta teoría un papel fundamental y único. El siglo XVIII vio la cultura como una cuestión individual y universal, deseando su extensión más allá de las capas acomodadas, las cuáles eran consideradas como las únicas con posibilidades de acceso a la misma. Aquí, como veremos más adelante, tenemos el primer problema, siendo éste de raigambre conceptual. Rousseau, Ficthe, Pestalozzi, Bentham o James Mill, entre otros, realizaron importantes aportaciones teóricas a la educación que, en muchos casos, han permanecido hasta hoy en día. La educación obligatoria no tardó mucho en llegar, aunque sí en prosperar, para acabar sirviendo a fines políticos de unidad, como es el caso de Francia, bien plasmado en la obra de Eugine Weber. Y es en este punto donde nos enfrentamos al segundo problema basamental de la educación tal y como está concebida, y del cuál parten, con seguridad, cualquier otro que podamos imaginar.

 Las teorías cientifistas y del progreso que aparecieron sobre todo en el siglo XIX, pero que beben de sus inmediatos antecesores, conformaron una idea utilitarista de la cultura, resemantizando este concepto para destruir la parte de plenitud que había poseído de manera tradicional. La cultura se asimiló al papel, a la letra impresa. Curiosamente, los ilustrados, que pretendían destruir lo que ellos percibían como un Antiguo Régimen fundamentado en la tiranía soberana de la minoría, basada en dogmas históricos que provenían de la letra que ellos consideraban injusta, y que había sido enriquecida durante los siglos pasados; acabaron utilizando la misma metodología. La presumida ruptura revolucionaria no se produjo, precisamente debido a una cuestión cultural a la que muchos intentaban renunciar sin éxito: sus raices cristianas. El Cristianismo, desde un punto de vista teológico, asentaría en las mentes de los hombres unos valores concretos que, si bien en muchos casos no se veían plasmados con escrupulosa literalidad en el mundo, como demostraron las revueltas religiosas constantes en Europa durante toda la Edad Media y Moderna, sí había logrado una aculturación a través de una teoría puntera: la Trinidad. Someramente, esta idea que a muchos se les antoja tan compleja, y que parte de una división conceptual simple en inicio, logró durante siglos amueblar las mentes y las costumbres de los hombres, logrando que los más pudientes, por razones sociales, tuviesen la capacidad de desarrollar las diferentes teorías que alumbraron el mal llamado Siglo de las Luces. En base y en inicio, la Trinidad solamente representa la capacidad para entender la realidad de Dios, al ser éste Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estas tres figuras representan el Cielo, la Tierra y la Unión entre ambos, siendo Dios, Hombre y Mensaje. Esta dialéctica, que es la base más fundamental de la cultural occidental, fue y es imposible de romper, ya que es parte de nuestra propia esencia, que va más allá de avatares históricos y volitivos.

La Ilustración no pudo romper con la dialéctica que le había dado las herramientas para crear y mantener lo que se denominaría como progreso, así que la asimiló y la consideró suya. La Letra fue resemantizada, pero se mantuvo su carácter sacro. La idea de que dentro de los libros se puede encontrar cultura es muy anterior a la Ilustración, y tiene que ver de manera directa con La Biblia, al ser ésta la obra donde se recogen los fundamentos de un mensaje que tiene como fin la comprensión y el entendimiento del ser en su esencia más primigenia. La literatura, hija directa de las Escrituras, ha conservado a través del tiempo el valor otorgada a ésta. Mediante la Ilustración y su supuesta e interesada ruptura con el pasado se pretendió desligar y destruir este parentesco, buscando una especie de nuevo comienzo al intentar aislar la base de nuestra cultura de lo que se denominó como cultura. Palabra escrita e Ilustración mantienen esta relación tan profunda, que va hasta la propia semántica, lo cuál roza con la ironía más intensa, ya que tenía la pretensión, mediante la resemantización conceptual, de destruir la ligazón existente entre La Biblia y la ilustración, entendida ésta de forma literal, para crear otro vínculo similar entre la palabra secular y la Ilustración, entendida también de forma literal pero sacralizada. Dicho de forma pueril, la Ilustración solamente trasladó las mayúsculas de una palabra a otra, de un concepto a otro.

Esta idea, que se ha mantenido a través del tiempo, convirtió al Libro en libro y a los libros en Libros. De éstos partiría entonces toda cultura de manera monolítica, e irónica si se nos permite, en un proceso que iría socialmente de arriba a abajo, inundando presuntamente todas las capas de la sociedad. No creemos tener que repetir la similitud con lo que se percibe como dialéctica cristiana en este proceso, aunque sí la realidad de que siempre fue algo más allá de esto, al ser parte de algo más trascendente que la propia existencia. Esta idea de trascendencia lleva al cristianismo a buscar lo que podríamos llamar como educación o cultura en cuestiones que van más allá de la palabra escrita. Y, curiosamente, la Ilustración no pudo plasmarlo de forma exacta hasta los pensadores anarquistas y el propio Marx, allá por el siglo XIX.

Esa equivalencia de literatura y cultura, perversión del mensaje y dialéctica cristianas, se ha mantenido hasta el día de hoy, provocando a su paso una gran cantidad de frustraciones y problemas a nivel individual y social, agravados cada vez más por las telecomunicaciones y la instantaneidad de los procesos vitales. Y he aquí donde se fusiona lo que hemos identificado como primer problema con el segundo: la proyección política de la educación. Realmente no creemos tener que explicar demasiado este punto, máxime cuando ya hemos hablado de la autofrustrada resemantización conceptual ilustrada, que tuvo que reconducirse hacia la construcción de ideales políticos que lograsen crear el Cielo en la Tierra.

Estas dos cuestiones afectan de tal forma a la sociedad y al individuo que la educación se ha convertido en una parte compleja y, en muchos casos, destructiva a nivel individual y experiencial. Lo ha hecho hasta tal punto que solamente ahora, más de dos siglos después de la Ilustración, se ha logrado recuperar la idea de que la cultura va más allá de la literatura, algo que el Cristianismo entendía y compartía desde su mensaje trascendente. Dios podía estar perfectamente en pequeños actos de amor y entrega a los demás. Sin embargo, para la Ilustración la cultura solamente residía en los libros. No ha sido sino a lo largo del siglo XX, y después de enormes traumas sociales globales, que se ha llegado a la misma conclusión, aunque, evidentemente, por otros medios y utilizando otras herramientas, como la psicología, a la vez que se mantenían las más antiguas, como la filosofía.

Hoy en día profesores y padres mantienen el mensaje ilustrado como el único válido, obligados a vivir en una realidad utilitarista en la cuál solamente lo tangible es válido, buscándose hasta la trascendencia en ello. De este modo no resulta sorprendente ver cómo un profesor, desde su secularizado púlpito, critica que el método educativo se haya mantenido, grosso modo, desde la Edad Media hasta ahora, repitiendo irónicamente el proceso objeto de dicha crítica. Y todo ello debido a la incapacidad cultural para comprender y aceptar los orígenes comunes de toda al sociedad occidental. Por ello no cesa el proceso de crítica y crisis, que ha acabado viéndose como un factor del progreso hacia lo infinito y trascendente, y que se acaba fundamentando en la negación impostada de la propia identidad que va más allá de la experiencia individual, a pesar de que se nos ha obligado a integrar lo contrario.

Como siempre, muchas gracias a mis lectores.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Santos y Espíritus

Últimamente, y como ha venido ocurriendo en el pasado, la educación resulta un tema de actualidad. El enfoque y la aplicación de la misma ha traido y, parece que sigue trayendo, numerosos quebraderos de cabeza a todos los niveles, desde el político hasta el docente. El caso de España podría resultar paradigmático, en tanto en cuanto parece que se repite este discurso a través de los años. Desde el final del régimen franquista todos los partidos políticos en el poder buscaron crear un modelo educativo definitivo y actualizado, llegando a provocar un verdadero y confuso mare magnum legal tanto en el marco teórico como en el práctico.

A otro nivel, el docente, se busca exactamente lo mismo, promocionándose enormemente la búsqueda por un sistema educativo más lógico y coherente, que sea capaz de seguir a pies juntillas las exigencias de un Estado democrático. Desde la propia Transición, los profesores han intentado y siguen intentando crear verdaderas corrientes que provoquen un cambio en las políticas educativas españolas, que parecen seguir dictados políticos muy alejados de la realidad docente. O eso es lo que siempre se dice.

Ambos, políticos y profesores, hablan desde un púlpito, buscando el entendimiento y la comprensión de aquéllos que tienen la oportunidad u obligación de escucharles. Y ambos incurren precisamente en los mismos errores. Y es que el modelo educativo actual sigue siendo monolítico, unidireccional y dogmático; fácilmente vislumbrable en las abundantes clases teóricas y magistrales que se reciben a todos los niveles. De hecho, se reciben incluso fuera de las aulas y los considerados como "centros del saber". Al fin y al cabo, la educación se reduce a eso: a un individuo institucionalizado que presuntamente posee unos conocimientos y competencias concretas que debe extender en determinados círculos prefijados.

Como ya hemos aludido anteriormente, no hablamos de un problema nuevo, sino que ya ha sido muy comentado, pero a pesar de su evidencia parece de difícil solución. Curiosamente son los individuos profundamente dogmáticos los que intentan exponer siempre las bondades de una educación diferente: completiva, multidisciplinar e interactiva. El problema acaba convirtiéndose en una evolución del mismo: con unos receptores que reciben de manera undireccional un sistema como modelo único, ya que se repite a lo largo de su vida en las diferentes etapas, educativas o no, a transitar; y que verán muy difícil desde un punto de vista empírico la aplicación de las pautas contrarias de las que ellos han sido partícipes a lo largo de su vida.

Y como suele ser costumbre, debemos acudir al libro de libros, a La Biblia y al Cristianismo, que crea un nuevo punto de partida para la cuestión que pretendemos abordar. La empatía perseguida por la religión cristiana, buscando la adecuación y armonización de los diferentes aspectos del ser humano, intentaba conciliar Acto y Palabra, Carne y Verbo. Durante siglos, el Cristianismo mantuvo ese mensaje, roto por diversas corrientes de sobra conocidas en la Historia, desde los cátaros hasta el propio Lutero. Preferimos eludir en este punto toda reflexión sobre la praxis de estas corrientes religiosas y confesionales, ya que nuestro fin es otro. Todos estos grupos buscaron asumir precisamente esa tarea, erigiéndose en los defensores de la misma ante una corrupción percibida de dicho mensaje.

Pero no sería hasta la Ilustración que el esquema se rompería por completo. Ya hemos aludido anteriormente a cuestiones relacionadas con la secularización, por lo que no repetiremos los mismos planteamientos. Ahora bien, la ruptura real se produjo con la Ilustración. En dicho momento la religión quedó relegada como fuente de Verdad y conciliación ante las luces de un nuevo mundo. Pero el método continuó siendo el mismo. Se imitó a la perfección el sistema que se pretendía destruir o modificar hasta tal punto que cuestiones tan básicas e importantes para la "generación ilustrada" como la educación mantuvo los mismos parámetros. La sustitución de un dogma por otro parecía, de repente, algo muy novedoso. Tal imposición de libertad debía seguir unas estructuras sólidas, ¿y cuáles podrían ser más lóngevas que las establecidas por el Cristianismo?

Volviendo a La Biblia, la rebelión celestial, que partía del egoísmo más personal teñido de la mayor de las justicias: la intención de convertirse en Sumo Director; terminó por recrear el drama de la libertad como capacidad inherente al progreso, base fundamental de la Ilustración. En el caso terrenal, los ángeles parecieron obtener la victoria mientras el Señor se encerraba en sí mismo, allá de donde nunca debió salir. Y a través de las novedosas herramientas obtenidas, conocidas y desconocidas al mismo tiempo, los ángeles comenzaron a dictar una vez más la realidad.

Occidente, crisol de culturas, creía reinventar lo inventado. Recrear la creación. Al final, la construcción de Occidente y su cultura más inmediata acaba reeduciéndose a la imposibilidad, por comodidad y simpleza, de adecuar teorética y empiria, Verbo y Carne, sobre la misma superficie y sin ningún tipo de división entre ambas. Este dualismo simplista ha roto con esa conciliación hasta tal punto de que solamente aquéllos con una enorme capacidad de sufrimiento tienen la posibilidad de lograrlo, repitiéndose una vez más lo que ya fue escrito. Y, una vez más, los tildamos de santos y volvemos la cabeza hacia otro lado.

lunes, 13 de agosto de 2012

La Era de la Deconstrucción

Hemos accedido plenamente a la conocida como Era de la Información, caracterizada, según algunos autores, como es el caso de Manuel Castells, por "la emergencia de una estructura social en red" que es, a su vez, interdependiente, mutidimensional y tanto excluyente como incluyente. En su línea, y tras sus grandes obras, otros muchos han asumido ideas similares, aunque más simplistas. Es el caso de Escohotado, que habla de complejidad como el factor más importante en esta nueva época de la civilización humana, con el mundo ideal, el simplificado, como algo que se ha extinguido para dar paso a un mundo sin distancias ni jerarquías, con un sistema de relaciones de tipo reticular. Otros, como es el caso de Bordieu, no son tan amables con las nuevas tecnologías, hablando de un mundo en crisis constante espoleada por la expansión de lo que denomina como una "nueva Vulgata planetaria": el vocabulario de la "-ilidad", el "-ismo" o los "pos-" y "neo"s; entendida como un imperialismo cultural.

Sea como fuere, es evidente que nos encontramos ante una nueva era, una nueva dimensión propiciada por la técnica que ha condicionado enormemente no sólo nuestras vidas en el sentido más práctico, sino también en el sentido más intelectual y social. A través de los ordenadores somos capaces de lanzar una idea al vacío para ser recibida por una cantidad inimaginable de personas, lo quieran o no. ¿Pero son solamente los medios técnicos los que nos han llevado a esto? Muchos se centran solamente en la técnica y en el impacto que esta tiene, ha tenido, está teniendo y tendrá para el hombre. Otros creemos que es un poco más complicado, aunque la simplificación se hace siempre obligatoria, sobre todo en un opúsculo de estas características.

Lo cierto es que todo nace con el conocido como Estado del bienestar, esa idea que ya hemos comentado varias veces en el pasado. Como ya hemos dicho, el Estado del bienestar se fundamenta, entre otras cosas, en la igualación personal por medio de la acción estatal de forma que, siempre en la medida de lo posible, las desigualdades sociales iniciales en la vida de una persona puedan superarse gracias a la política activa y pasiva de un Estado que busca, en teoría, el bienestar de sus ciudadanos. Esta idea ha de ser mezclada a la fuerza con la de democracia; teniendo en cuenta el hecho de que no somos partidarios de que sean términos completivos o copulativos. Lejos de intentar hablar sobre los orígenes de la democracia, intentaremos aportar la idea más extendida de la misma, referida a la capacidad de todo ser humano a participar en la toma de decisiones con respecto a su comunidad sin tener en cuenta ningún tipo de rasgo discriminativo. Esta mezcolanza conceptual nos lleva a otro de los puntos ya abordados en el pasado: el igualitarismo totalitario. Grosso modo, con este término hacemos referencia a la idea, ampliamente extendida, que sostiene como real la existencia de una igualdad total entre todos los seres humanos sin tener en cuenta ningún tipo de diferencial.

Esta idea, de carácter personal y personalista, ha tenido en la Era de la Información una especial difusión gracias a su alianza, potencial y necesaria, con la técnica. Y es que, cuando nos referimos a ella como "personal y personalista" estamos haciendo una llamada a la conclusión más evidente: la intromisión del ego personal en la ecuación, que gracias a la técnica posee una capacidad de expansión y difuminación inigualables hasta la fecha. El mecanismo resulta mucho más sencillo de lo que podría parecer, ya que el ego se ha convertido en uno de los pilares de la sociedad actual. Gracias al capitalismo, apoyado en teorías psicológicas y sociológicas novedosas durante el siglo XX, la llamada al ego personal y su engrandecimiento ha sido constante. Así, todo producto que se precie debe de ser vendido aportándole al usuario una dosis de satisfacción, de falsa necesidad y de falsa compleción, con el fin de hacerle sentir a sí mismo como especial, único, moderno, vanguardista, y un amplio etcétera.

El Estado del bienestar aportaría a esta ecuación basada en una falta absoluta de estima personal los cauces necesarios para que todo pudiese ponerse en funcionamiento. Así, independientemente de la extracción social, un individuo podría sentir la misma "necesidad" que otro a tomar el refresco de moda, intentar comprarse un coche más plano y caro o irse de vacaciones a un destino paradisíaco. Y es entonces, como diría un amigo mío, cuando la materia se transforma en energía; cuando la praxis comienza a tener un importante impacto y arraigo en las capacidades intelectuales y sociales del ser humano. No obstante, es evidente que una y otra están vinculadas y no estamos hablando de un proceso simple de acción reacción; sino que lo estamos simplificando con el fin de hacerlo más comprensible.

Curiosamente nos movemos en el paradigma de la conocida como Pirámide de Maslow. Esta famosa forma geométrica es capaz de ilustrar a la perfección el proceso del que estamos hablando, aunque de una forma esquemática y estática. Nosotros hablamos de una pirámide en la cuál los factores situados en cualquiera de los últimos tres niveles interactúan constantemente dentro de esa idea de relación reticular, donde la jerarquía de los mismos según Maslow ha perdido todo su valor. La Era de la Información ha convertido los últimos tres niveles, y parte de los demás, en una verdadera amalgama informe en la cuál unas cuestiones y otras se mezclan constantemente.

Como es lógico, los valores y su progresiva pérdida, de mano de la Ilustración, tienen también un papel fundamental, aunque no ahondaremos en el mismo debido fundamentalmente a que hemos tratado parcialmente este tema antes. Sin duda la imagen principal es la de esa pirámide descompuesta, sin rectas reales, conformando algo que dista mucho de ser un polígono regular. Este es precisamente uno de los principales productos, y a la vez pilares, de la Era de la Información: la deconstrucción.

Realmente las relaciones reticulares convierten la jerarquía en algo inútil, inexistente en la práctica aunque no en la teorética. De este modo, cuestiones tan básicas como las reglas ortográficas o sintácticas están condenadas a ser modificadas hasta su total desaparición. Si destruimos nuestro vehículo estructural más primario, que es el lenguaje, desde un punto de vista teórico, sin duda sus consecuencias podrían ser desastrosas. Los vocablos de Bordieu son un ejemplo perfecto de ello, a los cuáles deveríamos añadir el de la deconstrucción, tan en boga últimamente, y que ha sobrepasado toda idea artística para colarse de lleno en las mentes de los hombres y mujeres de este nuevo siglo.

Y no es solamente eso, sino también el valor que se le confiere, ligado sin duda a una cuestión de autoestima y ego personal que radica en una educación cultural de corte eminentemente consumista y capitalista. La deformación de los genios y la idea extendida de que todos tenemos capacidad para no solo emularlos, sino convertirnos en ellos mismos. Así, cuestiones como lo que denominan hoy en día como Arte Contemporáneo, con la idea de vanguardia a la cabeza, son valoradas de forma excesiva hasta llegar al absurdo. Es precisamente esta idea de vanguardia, tan extendida por el pensamiento denominado como de izquierdas en el pasado, heredera de la tradición cristiana y transformada por los ideales revolucionarios del siglo XX, la que el capitalismo no solamente utiliza, sino que integra en su propia estructura, haciéndola suya y a la vez de todos en una clara deformación del contenido del mensaje religioso más primigenio. De este modo, todo ser humano se convierte, desde un punto de vista teórico, en alguien con la capacidad para producir y convertirse en una vanguardia, algo que resulta espoleado por la inmensa difusión que puede tener en un corto espacio de tiempo, alimentando egos ajenos y propios, activando constantemente nuevos focos de expresión deconstructiva.

Así, es fácil observar cómo muchos enarbolan el valor y la capacidad que supuestamente se requiere para condensar una idea o cuestión en ciento cuarenta caracteres, de forma que pretenden equipararse, de una manera bastante burda, a los grandes pensadores, hombres y mujeres que han habitado la Historia y cuyos pensamientos más extensos acostumbran hoy en día a resumirse precisamente en apotegmas repetidos hasta la saciedad.

Esta falsa capacidad autoatribuida y retroalimentada socialmente para hacer Historia de forma individual ha tenido sus primeras expresiones en el terreno político en las protestas de los últimos años, aupadas por muchos medios de comunicación y por sus propios participantes como forma de dar sentido a sus acciones. Esta soberbia condensada en ciento cuarenta caracteres resultará, a todas luces, como algo no solo perjudicial, sino también catastrófico a medio y largo plazo, obligando al sistema creado y sostenido a replegarse sobre sí mismo, produciendo, quizás, la crisis definitiva y la superación de la Ilustración.

Como siempre, agradezco a todos los posibles lectores su paciencia, sobre todo después de tanto tiempo sin escribir.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

"Tabula rasa"

La sensación, según Locke, era la primera fuente de conocimiento, ya que para este autor las ideas innatas no existen en ninguno de los planos existentes, desde el teorético hasta el moral. Fundamentalmente hablaba, rechazando el cartesianismo, de que la transmisión de cualidades sensibles de cualquier objeto exterior al propio ser se producía mediante los sentidos. Locke añadiría a ello, como forma y fuente del conocimiento desde una perspectiva completiva, la reflexión interna del sujeto. Ambas cuestiones en los planos externo e interno llevarían al sujeto a una posterior percepción de ideas simples, que serían complejizadas mediante la actividad mental, con la abstracción como proceso fundamental.

Actualmente, la relativización temporal ha llevado a una consecuente relativización de la aprehensión de conocimiento y su sometimiento a un posterior proceso de análisis crítico. Esta cuestión tiene un importante calado dentro de una sociedad sobreprotegida y recargada de derechos y libertades sin contraprestación práctica. Ha pasado ya mucho tiempo, al menos dentro de los parámetros contemporáneos, desde lo que algunos denominaron como "una lección de democracia en las calles". El tiempo no es, aquí, más que una herramienta para dotar de perspectiva a una visión analítica o crítica de cualquier cuestión de tipo epistemológico u ontológico. No es más que una forma, necesaria solamente en base a la propia argumentación, de alejar los fantasmas acusatorios relativos a la turris eburnea.

Dada la relativización causal comentada en base al flujo temporal y su profundidad social, aunando también medios de difusión que alimentan todo este proceso incompleto, pocos se han dado cuenta de algunas de las consecuencias más palpables desde un punto de vista legal de esa "lección de democracia" callejera. Un ejemplo de las mismas, ya pasado pero sin duda con una carga muy presente, es la detención de los tres máximos responsables de la organización conocida como Anonymous, responsables de actos de terrorismo informático; la desarticulación de una cúpula organizativa del Frente de Liberación Animal, en juicio por lo que el juez titular ha considerado como "ecoterrorismo"; o de un integrante del grupo Tierra Salvaje que, mezclando el veganismo con el anarquismo, fue detenido acusado de terrorismo por la colocación de artefactos incendiarios en diferentes zonas de la capital española.

En todos estos casos, que aunque lo pudieran parecer no son ni lejanamente como algo aislado más allá de la praxis, se establece la realidad de la constatación de la existencia de lo que se conoce como placer de la subversión. Todos estos actos son consecuencias y expresiones a niveles diferentes de esa democracia callejera con burdos tintes políticos, demostrable mediante las aporías inherentes a la supuesta ideología reinante en lo que algunos se han atrevido a denominar como movimiento. Algunos creen que se trata de una cuestión educacional que podría provenir de una progresiva depauperación de la educación pública, pero realmente estamos hablando de fuerzas más profundas.

A día de hoy la educación es aún más independiente que en el pasado, ya que la figura de la familia se ha relativizado y difuminado en favor de una expansión realmente explosiva de la comunidad social; que antes estaba vinculada al entorno más inmediato del sujeto pero que ahora se ha convertido en un gigantesco ecosistema donde la biocenosis va ahora mucho más allá de los términos físicos gracias a las nuevas herramientas y tecnologías, especialmente las de comunicación. Precisamente son los medios de comunicación, concretamente el de Internet, el que ha hecho posible el rápido desarrollo de este proceso hermenéutico inacabado.

A ello habría que unir la relativización temporal, ya comentada en otras entradas, que ha logrado la creación de individuos adormecidos y retrasados por la tecnología y el bienestar cuya única producción acaba en la confusión y desorientación subconsciente del propio sujeto. Al confundirse cuestiones básicas, como los valores morales, no es de extrañar que éstas trasciendan hacia otras secciones del pensamiento humano, desordenando el proceso lógico al simplificar sus pasos, basándolos en la más pura experiencia sensible. Entre estas confusiones básicas podemos encontrarnos con la construcción de la identidad personal del sujeto, cuya difuminación de fases lleva a una crisis identitaria muy avanzada y prolongada en el tiempo.

Esta crisis identitaria produce una actuación del sujeto en el cuál el único acto de afirmación del sujeto como individuo, y en este sentido como parte de un proceso nominal convencional de emancipación social, es la subversión. Subversión que, aunque muchas veces no llegue a la violencia física y material, sí mantiene los mismos componentes catárticos que ésta. Como es evidente, no se intenta con esta breve y humilde disquisición teórica extraer una regla general aplicable al cómputo total de la sociedad de manera absoluta, ya que es evidente que se nos escapan ciertos factores propiciatorios. No obstante, y continuando con la disgresión presentada, nos hallamos entonces en una sociedad individualizada al extremo, donde está instaurado un placer por hacer la rebelión por el mero hecho de ser rebelión o, en otras palabras, del movimiento por el movimiento. Desde este punto es fácilmente comprensible cualquier aporía intelectual que pudiésemos hallar en los actuales "movimientos" sociales, que no constituirían más que un relleno explicativo que calmaría los remanentes del proceso de construcción hermenéutica lockeano. Otra de las sumas ineludibles a este collage intelectual es la escatología política heredada de la religión que lleva al individuo a la construcción y aprehensión sin dudas de una mitología histórica que completa el fenómeno. Sin duda, lo único que resta en esta sociedad de la sensación es una mayor depauperación de la vida que lleve a la elección y asunción de un chivo expiatorio para poder completar una no tan difícil cuadratura del círculo. Será el tiempo el que realmente dé o reste valor a cualquier ebúrnea teoría.

Como siempre, agradezco a todos los lectores su paciencia.

Escrito y editado originalmente por Eternal Pain. Copyright © . Todos los derechos reservados.

jueves, 11 de agosto de 2011

Indignación y Culpabilidad

Estos pasados meses hemos podido ver en España una gran agitación que no estaba solamente en las calles, sino también en las distendidas conversaciones de bar, las comidas familiares o las redes sociales. Todos conocemos a alguien que ha formado parte de este grupo de indignados que no tienen por qué pertenecer o haber acudido a lo que se conoce como 15-M, ya que muchos de esos gritos de indignación eran ya viejos conocidos de la sociedad española.

Se habla de cómo la crisis nos ha afectado profundamente, de la mala gestión del gobierno, del paro existente, de la volatilidad del empleo, de la falta de ingresos de las familias, del pésimo nivel de vida que parece que van a tener las jóvenes generaciones el día de mañana, la gran cantidad de personas preparadas que tienen que buscar otros trabajos, de los recortes en materia de prestaciones sociales, el aumento de la edad de jubilación, el peligro de que el Estado no pueda afrontar los gastos que suponen servicios básicos, como la sanidad y la educación, etcétera.

Es más que evidente que la situación es muy grave, y que existe el miedo latente de que pueda convertirse en algo mucho peor. Pero lo más llamativo de todo esto es el trasfondo sociológico. Y es que parece que materias como la sociología, la psicología, la antropología o la historia han sido dejadas de lado a la hora de tener en cuenta lo que ocurre. A día de hoy parece tratarse de algo totalmente normal, ya que este tipo de materias han dejado de ser útiles, salvo quizás la psicología, para responder a las preguntas y los problemas de un mundo globalizado y basado en las transacciones financieras de alto nivel. Se prefiere confiar en la economía o el derecho, que parecen mucho más fiables y “científicas”. Nada más lejos de la realidad.

Estas materias realmente pueden arrojar una gran cantidad de luz sobre los problemas que estamos viviendo actualmente, llegando incluso a formular prognosis acerca de ello. Pero prefieren ser dejadas de lado en favor de otros campos más “útiles” para el consumo, como la ingeniería o la química. ¿Por qué? ¿Se trata de un problema puramente educativo? ¿O hay algo más?

Es cierto que se trata de un problema educativo, al fin y al cabo los padres no suelen decirle a sus hijos que sean filósofos o historiadores, sino más bien que hagan algo “útil” para el futuro. En este blog ya comentamos de dónde procedía tal forma de pensar, por lo que no lo reiteraremos. Así que, ¿qué es ese “algo más”? Quizás siga siendo educación, o quizás tenga que ver con las percepciones personales de cada individuo sobre el mundo que le rodea, pero lo cierto es que, realmente, la mayoría de las personas buscan tener como futuro unos altos ingresos que les garanticen un buen nivel de vida. Siempre se habla de felicidad y de conformarse con poco, pero al final ese manido discurso ha caído en la más absoluta insignificancia, pasando a formar poco más que una moda entre jóvenes, y no tan jóvenes, que no tienen claro nada en la vida.

Y ese discurso tiene mucho que ver con la política, ya que en él quedan imbricadas muchas cuestiones ideológicas clásicas, empezando por la felicidad y acabando por el bienestar material. No nos engañemos: lo que se le pide hoy en día a la política, así como a cualquier otra materia, son beneficios personales inmediatos teñidos de colectividad. Se trata de la clásica figura del karma oriental, ya que el denominado como Estado de bienestar nos ha acostumbrado a determinadas prestaciones y nivel de vida, lo que hace que nos sintamos cada día con más derecho a reclamar más y más, puesto que si no fuese así no estaríamos progresando en ese proceso teleológico sin fin aparente. Se trata, por tanto, de una retroalimentación continua.

Pero como en todo proceso histórico, por estar dentro de un eje cronológico y no bajo las condiciones controladas de un laboratorio, se dan momentos de ruptura y cambio. La falta de educación con respecto a las materias antes mencionadas unido al proceso epidérmicamente comentado, al cuál está vinculada, nos lleva a una total falta de comprensión de lo que está ocurriendo, ya que lo percibimos como anormal.

Aquí deberíamos introducir otro punto más, de difícil contextualización y análisis dada su magnitud: la religión. Ese proceso de búsqueda de utilidad material unido a otras cuestiones precedentes, y demasiado amplias para comentar aquí, ha logrado denostar y expulsar a la religión de la vida cotidiana. La religión lograba una cohesión social basada en una homogeneidad de la moral. El proceso histórico llevó la moral a la política y, por tanto, a los ciudadanos. Al principio eran las ideologías políticas las que proporcionaban una moral, pero poco a poco el individuo fue ganando terreno en ese ámbito hasta disolver totalmente la existencia de una moral impuesta desde un puesto jerárquicamente superior más allá de las meras leyes, algo eminentemente práctico.

Entonces nos encontramos con otro problema muy importante: la falta del reconocimiento de la necesidad de que exista una jerarquía. Todo lo que hemos mencionado se aúna en este concepto, algo a lo que ayuda, por supuesto, la forma en la que nos vemos obligados a trabajar. La disolución del concepto de jerarquía necesaria retroalimenta todo el proceso histórico que hemos mencionado, llevándolo a una crisis de tipo moral que, dada como está construida la sociedad actual, acaba convirtiéndose en una crisis de tipo social, política y, por tanto, general.

No existe autoridad moral, puesto que poco a poco nos hemos acostumbrado a pensar que nosotros constituimos una propia y totalmente independiente. Se trata de una independencia mal entendida, ya que se asume que dicha independencia ha de ser preservada a toda costa, de forma que nuestro sujeto individual se mantenga intacto con el fin de asegurarnos a nosotros mismos que somos únicos. Se trata de una malversación del concepto de una sociedad formada por individuos independientes.

El sistema se rompe como parte lógica de un proceso histórico y esos individuos que forman parte del mismo y que sufren las consecuencias de esa ruptura se ven desorientados ante la falta de moral y de educación. Su reacción se vuelve muy lógica y es predecible por todas esas disciplinas denostadas, como la psicología, la sociología o la historia: se busca a un chivo expiatorio. Y éste es cualquiera, desde los inmigrantes hasta las élites o el sistema, siendo siempre los responsables conceptos etéreos y de difícil identificación.

La responsabilidad toma entonces un cariz unidireccional en el cuál los ciudadanos a los que el Estado les ha ido dando prácticamente todo y por lo cuál ninguno de ellos ha tenido que luchar o, siquiera, sacrificar algo se dedican a cargar contra todo aquéllo que les rodea sin tener en cuenta que ellos también son responsables. Los jóvenes se indignan con los recortes en materias de educación, pero una gran mayoría de ellos ha malgastado enormes sumas de dinero en becas asumiendo que el Estado les pagaba unas vacaciones; los agricultores de los problemas de financiación y mantenimiento de sus explotaciones cuando muchos utilizaron las ayudas europeas para comprarse una casa en la playa o un Mercedes; los trabajadores en general por el enorme paro existente, cuando muchos de ellos se han dedicado a trabajar y cobrar en negro o a utilizar ayudas como la del paro, ideada para que se pueda soportar la falta de trabajo hasta que se encuentre uno nuevo, como si de un sueldo se tratase...

Hay muchos ejemplos, pero enumerarlos no serviría de mucho. Al final siempre es mucho más sencillo afrontar que son los demás los que tienen la responsabilidad y los que deben asumir la carga fruto de todos esos años de comodidad absoluta que se creían interminables y en los que muy pocos intentaron mantener un cartucho en la recámara ante la posibilidad de que el sistema se rompiese. Al final todo es cuestión de aplicar un doble rasero a la individualidad: por un lado todo aquéllo que un individuo logra en la vida es producto puro de su esfuerzo, mientras que la parte negativa de la misma es considerada como consecuencia de cuestiones sobre las que la persona no tenía ningún tipo de control o influencia decisiva. Y esto es lo más preocupante, que nos guiemos todavía por preceptos ilustrados que, parece, se han mantenido prácticamente intactos a lo largo del tiempo.


Como siempre, gracias a todos aquéllos que leéis estas desordenadas divagaciones y disculpas por no haber conseguido una mejor estructuración o desarrollo de las ideas planteadas.

Escrito y editado originalmente por Eternal Pain. Copyright © . Todos los derechos reservados.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Generando moral; degenerando sociedad

Los medios de comunicación, desde su aparición, fueron concebidos por parte de los Estados de la más diversa índole como un vehículo para instalar en la mente de sus ciudadanos aquéllas ideas que desean. La proliferación de noticiarios a principios de siglo, como podrían ser FOX en Estados Unidos, UFO en Alemania o el famoso No-Do en nuestro país, reflejan precisamente este hecho. Evidentemente, este intento de manipulación no comezó con los medios audiovisuales, pero sí recibió un fuerte impulso cuando éstos aparecieron. Con el paso del tiempo todo esto, como es evidente, cambió.

A día de hoy estos intentos se materializan por todas partes, desde la publicidad hasta las conversaciones entre amigos o compañeros de trabajo, pasando por periódicos y radios. Han logrado vendernos la libertad de expresión, ese concepto tan ambiguo, como una forma de legitimar esa manipulación, agregando a ello que, gracias a la educación de los ciudadanos, esta libertad se une con otra, que es la de elección. Este punto es bastante curioso, ya que hace que se considere como una decisión personal la asunción o creencia en determinados valores que nos están transmitiendo.

Como antaño, nos transmiten valores en forma de noticias, y sólo hay que echar un vistazo a la enorme cantidad de medios de comunicación gratuitos, como los periódicos, para entenderlo. Además, el paso de una sociedad de productores/soldados a una de recolectores de sensaciones contribuye a horadar este proceso al introducir un nuevo factor que sostiene nuestro sistema económico: la publicidad.

Aquéllos que en el futuro estudien los medios de comunicación españoles de hoy en día se encontrarán con lo que parecería un auténtico cancer social que se antoja irradicable. Me refiero a la "violencia de género". Es interesante lo que en unos siete años se ha hecho con este tema, lanzando por completo los estudios de género, por muy estúpidos que sean en muchos casos, y promulgando la igualdad por doquier con el fin de alcanzar una popularidad entre los votantes. Desde entonces se nos ha bombardeado constantemente con noticias acerca de la denominada como "violencia de género", prestando a este tipo de noticias una gran cantidad de atención por parte de todos los medios.

La aprobación de leyes contra este tipo de violencia ha logrado, además, ayudar a esa enfermedad degenerativa propia de los recolectores de sensaciones: el asumir lo que ven, oyen y leen como una verdad incontestable. Aquéllos que no lo hacen son la excepción, a pesar de que todo el mundo se considera dentro de este grupo. Pues bien, desde aquí, y con el reducido número de lectores que poseo, deseo transmitir un mensaje claro: las leyes contra esa "violencia de género" lo único que han logrado es agrandar aún más la brecha de desigualdad social, planteando ahora una desigualdad en base al sexo que antes no existía y que debería considerarse como anti-constitucional y terriblemente peligrosa: la desigualdad ante la ley.

A aquéllos que se consideran parte de ese grupo excepcional que desecha la información que recibe con el fin de ahondar más en la cuestión y contrastar fuentes les recomiendo encarecidamente que acudan a la sentencia del Tribunal Constitucional a favor del artículo 148.4 del Código Penal recurrida por una juez del Juzgado Número 2 de Albacete. Este artículo, para los que no lo conozcan, establece una diferencia entre hombres y mujeres en el caso de violencia doméstica que atenta absolutamente contra la igualdad ante la ley, principio fundamental de toda constitución liberal. Dicha diferencia establece que, en caso de ser el hombre el agresor, la condena oscilará entre dos y cinco años de cárcel mientras que, sin embargo, si fuese una mujer la agresora sólo se establece que la pena de cárcel máxima es de tres años.

Según el Tribunal Constitucional, esta normativa busca "prevenir las agresiones que, en el ámbito de la pareja, se producen como manifestación del dominio del hombre sobre la mujer". Es realmente preocupante que una institución como ésta reconozca abiertamente la desigualdad entre el hombre y la mujer. Y no sólo la desigualdad, sino la inferioridad manifiesta de la mujer. Algunos dirán que este tipo de leyes son normales puesto que se dan más agresiones de hombres a mujeres que viceversa, pero, ¿desde cuándo un dato estadístico legitima la vulneración de derechos constitucionales? ¿Y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano?

Con este precedente se abre un peligroso horizonte, abonado continuamente por cuestiones similares, en el cuál se van difuminando cada vez más las barreras existentes entre los conceptos que antes estaban claros. Hoy en día se utiliza mucho la expresión de "respetar las opiniones de los demás", algo que es consecuencia de una falta de cultura acerca de lo que significa realmente la libertad de expresión. Las opiniones pueden existir, y pueden ser respetadas, pero no cuando éstas atentan contra la lógica más básica. Cuando un aserto no es lógico deja de ser una opinión, ya que se mueve en un campo en el cuál no existe ningún tipo de legitimidad. El hecho de darle legitimidad en base a un derecho o libertad mal entendida lo único que hará será reforzar ideas y acciones ilegítimas e ilógicas que lo único que conseguirán es deformar la realidad, permitiendo la aceptación de actos y conductas que ahora consideraríamos deleznables.

Esta difuminación de barreras afecta a absolutamente todo, de forma que, a día de hoy, apenas existen diferencias entre una educación dura y el maltrato infantil o entre un pretendiente pesado y el acoso. Del mismo modo avanza a grandes zancadas la idea del maltrato psicológico, que poco a poco comienza a difuminar la barrera que lo separa de una mera discusión.

La sociedad crea leyes con el fin de protegerse de los males que en ésta anidan, pero la paranoia de la inseguridad, instaurada por los gobiernos con el fin de legitimarse y acentuada a principios de este nuevo siglo, junto con la idea que nos transmite la sociedad capitalista de progreso ilimitado lleva a las personas a aceptar la creación de leyes para males inexistentes. La seguridad ha comenzado a funcionar del mismo modo que el mercado, generando necesidades constantes para los ciudadanos, que son, al fin y al cabo, los que legitiman las leyes.

Ley y moral van unidos, como ya he comentado anteriormente en otros escritos, y los recolectores de sensaciones vamos difuminando poco a poco también esta conexión, al igual que muchas otras. Llegados a este punto, y con el fin de hacer entender a todos los recolectores de sensaciones lo que prentendo transmitir, hay que decir que las ideas de Alan Moore no se encuentran alejadas en absoluto de las de Zygmunt Bauman.

Y lo peor de todo es que parece algo inevitable.

Escrito y editado originalmente por Eternal Pain. Copyright © . Todos los derechos reservados.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Mitos y Leyendas: educación y trabajo

Hoy en día en nuestro país muchos titulados universitarios se ven obligados a buscar trabajos mal remunerados, no relacionados con sus estudios y/o de una cualificación mucho más baja que la que su título les otorga. Esto ha creado una seria alarma social dentro de algunos estudiantes, que ven cómo su futuro se vuelve incierto a medida que avanza el tiempo. La causa de todo esto, además de los valores culturales, se debe a la masificación de la educación.

Es a partir del siglo XVIII cuando se comienza a buscar la ampliación de la educación hacia aquéllos que no se encontraban en la cúspide del poder, careciendo de todo privilegio. El camino se antoja largo, y en él nos encontramos a figuras tan representativas e interesantes como las de Rousseau, Pestalozzi, Bentham, Stuart Mill o Fichte.

Pero, ¿por qué deseaba darse este salto? Sin duda no fue por la presión de una intelectualidad privilegiada, sino por la necesidad del Estado de modernizarse, lo que conllevaba la asunción de parcelas que antes estaban ligadas a otros tipos de poderes, como podría ser el eclesiástico. Se necesitaba crear ciudadanos y agruparlos en torno a entidades abstractas y laicas. El fortalecimiento del Estado pasaba por la completa eliminación de todo posible competidor dentro de sus fronteras, lo que significaba acabar o controlar todo sistema de poder paralelo.

Eugene Weber nos lo muestra claramente en su libro Campesinos convertidos en franceses. Nos explica cómo la educación y el servicio militar implicaron una transformación de un campesinado apegado a su aldea a auténticos franceses. Además, la educación serviría también como método de uniformización del lenguaje, despreciándose toda variante regional, así como para establecer unas pautas de comportamiento e higiene básicas. Al mismo tiempo, el Estado francés creó un himno, una bandera y unas celebraciones nacionales totalmente laicas. En la otra cara de la moneda estaría Jules Vallès, con El niño, donde se exponen todas las crueldades y maltratos que debían sufrir éstos en la escuela a manos de sus pedagogos.

En cualquier caso, la universalización de la educación no hizo más que servir a unos propósitos que venían directamente desde las más altas esferas de poder. La influencia de la cultura tradicional, o de la intención de romper con ella, crearía un marco muy diferente en toda Europa, algo que se ha mantenido hasta el día de hoy. Las diferencias son fácilmente comprobables, partiendo de los liceos francesas, las Realschulen alemanas o las universidades "de ladrillo rojo" británicas. La rápida y potente industrialización de estos países daría, además, un gran impulso a la educación especializada de las clases sociales más desfavorecidas, como los obreros y proletarios.

El caso de España es también bastante particular, existiendo un gran retraso a la hora de iniciar todos estos procesos debido a la debilidad y fragilidad de los gobiernos españoles. Ello propició que muchas de las parcelas de poder continuasen en manos ajenas al Estado, como la Iglesia o el Ejército. El efecto en la población fue contrario a lo que se logró en Francia u otros países europeos. Lo que nos describe Weber se intentó imponer en España, pero sin existir ningún tipo de capacidad real para hacerlo, en lo que se traduce, también, uno de los mayores problemas que aquejan a nuestro país: los nacionalismos periféricos.

No obstante, no deseo desviarme de mi discurso inicial. Además de ello, la falta de existencia de instituciones que realizasen una enseñanza preparatoria hacia la universidad hizo que ésta siguiese únicamente en manos de los privilegiados, y la ausencia de escuelas de enseñanza media de tipo técnico, dirigida hacia los trabajadores manuales, lograría que se instaurase en España una cultura hostil hacia este tipo de tareas. Aún así, la ausencia de estas escuelas se debe, a su vez, a la tardía y deforme industrialización del país, fruto de la existencia de gobiernos débiles y anclados en un pasado imperial que se escapaba entre los dedos.

El convulso siglo XIX y los inestables principios del XX crearon un impasse en el que todo se mantuvo igual. La llegada al poder de Franco, que heredó todos los problemas anteriores de España, agravados además por una cruenta guerra civil de tres años, no mejoró, en un principio, la situación. España seguía siendo un país marcadamente agrícola, con escasa industrialización y un sector terciario que comenzaría a crecer como consecuencia de la llegada de turistas a su territorio nacional. Los intentos de consecución de un pseudo-estado del bienestar por parte de los gobiernos franquistas de finales de los cincuenta con el fin de que a la población dejase de importarle el régimen en el que vivían sólo logró empeorar la situación.

Gracias a los gobiernos de personas provenientes del Opus Dei, los españoles conocerán por fin el ascenso social. La población de los campos se irá paulatinamente a las ciudades en busca de un mejor futuro en la prometedora empresa española. La mejora de los niveles de vida es palpable, aunque se mantienen todavía los tópicos del pasado.

La muerte de Franco, por otro lado, contribuirá a crear o potenciar sensiblemente una idea que hoy mantienen gran cantidad de españoles y la práctica totalidad de los jóvenes: la de que todo viene dado por el devenir histórico. Con esto me refiero al hecho de que Franco no fue derrocado, sino que simplemente murió, con lo que se generó una cultura que podríamos asimilar con lo que muchos denominan como "ley del mínimo esfuerzo". Los pocos que lucharon contra la dictadura se sintieron frustrados al ver que era imposible derrocarla, y los que no lo hicieron simplemente aceptaron que algún día las cosas cambiarían, que ellos debían disfrutar de su vida y dejar de preocuparse por la situación política. No existió ninguna intelectualidad que guiase a los españoles, sino una simple continuidad política en la que solamente se cambiaron las estructuras con la idea de que ese cambio lograría lo mismo que ocurrió en otros países como Portugal, donde la dictadura fue derrocada.

Con la llegada de la democracia las antiguas ideas de ascenso social son potenciadas, al liberalizarse la educación y permitir que la práctica totalidad de la población española tenga acceso a bajo precio a la educación universitaria superior. Los fantasmas del pasado siguen ahí, ya que no se ha logrado crear una industria lo suficientemente estable y fuerte como para hacer necesaria la tecnificación y diversificación de la educación a ciertos niveles, a pesar de los intentos que se han realizado con la creación de los módulos; continuando además esa demonización de los trabajos manuales. Ésto último se ve enormemente potenciado por la masificación de la educación superior, ya que se sigue pensando que la enseñanza universitaria logrará que aquéllos que la cursen puedan acceder a trabajos bien remunerados.

No estaban equivocados. O al menos no lo estaban los primeros que pudieron disfrutar de una enseñanza universitaria pública de bajo coste. El problema se dio cuando este proceso comenzó a retroalimentarse, aumentando tanto la fama de ascenso social que podían proporcionar las carreras universitarias como la negativa a asumir trabajos manuales como futuro laboral. Los hijos no deseaban tener los trabajos de sus padres, tradicionales en su mayoría, y buscaban nuevos horizontes salariales. Todo ello se suma a esa cultura que se ha impuesto tras la muerte del dictador español, que ha logrado que se asuma la dejadez como costumbre, plasmada en el denominado síndrome de Peter Pan entre los jóvenes.

Pero a pesar de ello se seguía necesitando mano de obra para trabajos manuales, sobre todo de baja cualificación, ya que la industria en España seguía aquejada de los mismos problemas que antaño. En ese momento haría entrada el inmigrante en el mundo laboral y en la sociedad española. Rápidamente se harían con los puestos de trabajo manual que no deseaban muchos españoles, con lo cuál se haría una rápida asociación entre el trabajo manual y los inmigrantes. Esta asociación ha llevado a empeorar todavía más la concepción que tienen muchos españoles sobre el trabajo manual, ya que se asocia directamente con los inmigrantes, gente considerada como fracasada e indeseable.

Esta tendencia que hacía que se valorasen cada vez más los títulos por encima de los trabajos ha llevado a un superávit de titulados universitarios y a una repulsa unánime a cualquier trabajo manual. Tanto las empresas como algunos organismos estatales han tenido que adecuar sus requisitos de selección a esta nueva realidad, pidiéndose formación adicional además de la universitaria, como idiomas o cursos. El problema es que la oferta de puestos de trabajo no se corresponden en absoluto con la demanda, muy superior, con lo cuál muchos titulados se ven obligados a asumir trabajos de baja cualificación, con la consiguiente carga de estrés que ello supone, al ver unas perspectivas vitales arruinadas por completo.

El problema en este sentido no viene generado por el hecho de que el titulado universitario, al acabar en trabajos considerados como de baja cualificación, reciba un salario menor, ya que trabajos como los de fontanero o carpintero actualmente tienen una alta remuneración, sino que se debe a que todavía perviven en el individuo ideales del pasado, que le auguraban un prometedor y brillante futuro con un título universitario debajo del brazo.

La solución no pasa por intentar seguir modelos europeos, ya que, como se ha comentado, han tenido una evolución muy diferente a la española, además de poseer una cultura de otro cuño. Se debe destruir esa enseñanza universitaria y superior accesible a todos los individuos, reservándola solamente para aquéllos que tengan las capacidades intelectuales, físicas o de otro tipo suficientes para ello, de forma que se garantice que tanto los universitarios como los trabajadores cualificados sean solamente los mejores. Aunque la transición pudiese ser traumática, los problemas de mitificación de determinados trabajos serían eliminados por simple necesidad y pragmatismo.



Escrito y editado originalmente por Eternal Pain. Copyright © . Todos los derechos reservados.