jueves, 11 de agosto de 2011

Indignación y Culpabilidad

Estos pasados meses hemos podido ver en España una gran agitación que no estaba solamente en las calles, sino también en las distendidas conversaciones de bar, las comidas familiares o las redes sociales. Todos conocemos a alguien que ha formado parte de este grupo de indignados que no tienen por qué pertenecer o haber acudido a lo que se conoce como 15-M, ya que muchos de esos gritos de indignación eran ya viejos conocidos de la sociedad española.

Se habla de cómo la crisis nos ha afectado profundamente, de la mala gestión del gobierno, del paro existente, de la volatilidad del empleo, de la falta de ingresos de las familias, del pésimo nivel de vida que parece que van a tener las jóvenes generaciones el día de mañana, la gran cantidad de personas preparadas que tienen que buscar otros trabajos, de los recortes en materia de prestaciones sociales, el aumento de la edad de jubilación, el peligro de que el Estado no pueda afrontar los gastos que suponen servicios básicos, como la sanidad y la educación, etcétera.

Es más que evidente que la situación es muy grave, y que existe el miedo latente de que pueda convertirse en algo mucho peor. Pero lo más llamativo de todo esto es el trasfondo sociológico. Y es que parece que materias como la sociología, la psicología, la antropología o la historia han sido dejadas de lado a la hora de tener en cuenta lo que ocurre. A día de hoy parece tratarse de algo totalmente normal, ya que este tipo de materias han dejado de ser útiles, salvo quizás la psicología, para responder a las preguntas y los problemas de un mundo globalizado y basado en las transacciones financieras de alto nivel. Se prefiere confiar en la economía o el derecho, que parecen mucho más fiables y “científicas”. Nada más lejos de la realidad.

Estas materias realmente pueden arrojar una gran cantidad de luz sobre los problemas que estamos viviendo actualmente, llegando incluso a formular prognosis acerca de ello. Pero prefieren ser dejadas de lado en favor de otros campos más “útiles” para el consumo, como la ingeniería o la química. ¿Por qué? ¿Se trata de un problema puramente educativo? ¿O hay algo más?

Es cierto que se trata de un problema educativo, al fin y al cabo los padres no suelen decirle a sus hijos que sean filósofos o historiadores, sino más bien que hagan algo “útil” para el futuro. En este blog ya comentamos de dónde procedía tal forma de pensar, por lo que no lo reiteraremos. Así que, ¿qué es ese “algo más”? Quizás siga siendo educación, o quizás tenga que ver con las percepciones personales de cada individuo sobre el mundo que le rodea, pero lo cierto es que, realmente, la mayoría de las personas buscan tener como futuro unos altos ingresos que les garanticen un buen nivel de vida. Siempre se habla de felicidad y de conformarse con poco, pero al final ese manido discurso ha caído en la más absoluta insignificancia, pasando a formar poco más que una moda entre jóvenes, y no tan jóvenes, que no tienen claro nada en la vida.

Y ese discurso tiene mucho que ver con la política, ya que en él quedan imbricadas muchas cuestiones ideológicas clásicas, empezando por la felicidad y acabando por el bienestar material. No nos engañemos: lo que se le pide hoy en día a la política, así como a cualquier otra materia, son beneficios personales inmediatos teñidos de colectividad. Se trata de la clásica figura del karma oriental, ya que el denominado como Estado de bienestar nos ha acostumbrado a determinadas prestaciones y nivel de vida, lo que hace que nos sintamos cada día con más derecho a reclamar más y más, puesto que si no fuese así no estaríamos progresando en ese proceso teleológico sin fin aparente. Se trata, por tanto, de una retroalimentación continua.

Pero como en todo proceso histórico, por estar dentro de un eje cronológico y no bajo las condiciones controladas de un laboratorio, se dan momentos de ruptura y cambio. La falta de educación con respecto a las materias antes mencionadas unido al proceso epidérmicamente comentado, al cuál está vinculada, nos lleva a una total falta de comprensión de lo que está ocurriendo, ya que lo percibimos como anormal.

Aquí deberíamos introducir otro punto más, de difícil contextualización y análisis dada su magnitud: la religión. Ese proceso de búsqueda de utilidad material unido a otras cuestiones precedentes, y demasiado amplias para comentar aquí, ha logrado denostar y expulsar a la religión de la vida cotidiana. La religión lograba una cohesión social basada en una homogeneidad de la moral. El proceso histórico llevó la moral a la política y, por tanto, a los ciudadanos. Al principio eran las ideologías políticas las que proporcionaban una moral, pero poco a poco el individuo fue ganando terreno en ese ámbito hasta disolver totalmente la existencia de una moral impuesta desde un puesto jerárquicamente superior más allá de las meras leyes, algo eminentemente práctico.

Entonces nos encontramos con otro problema muy importante: la falta del reconocimiento de la necesidad de que exista una jerarquía. Todo lo que hemos mencionado se aúna en este concepto, algo a lo que ayuda, por supuesto, la forma en la que nos vemos obligados a trabajar. La disolución del concepto de jerarquía necesaria retroalimenta todo el proceso histórico que hemos mencionado, llevándolo a una crisis de tipo moral que, dada como está construida la sociedad actual, acaba convirtiéndose en una crisis de tipo social, política y, por tanto, general.

No existe autoridad moral, puesto que poco a poco nos hemos acostumbrado a pensar que nosotros constituimos una propia y totalmente independiente. Se trata de una independencia mal entendida, ya que se asume que dicha independencia ha de ser preservada a toda costa, de forma que nuestro sujeto individual se mantenga intacto con el fin de asegurarnos a nosotros mismos que somos únicos. Se trata de una malversación del concepto de una sociedad formada por individuos independientes.

El sistema se rompe como parte lógica de un proceso histórico y esos individuos que forman parte del mismo y que sufren las consecuencias de esa ruptura se ven desorientados ante la falta de moral y de educación. Su reacción se vuelve muy lógica y es predecible por todas esas disciplinas denostadas, como la psicología, la sociología o la historia: se busca a un chivo expiatorio. Y éste es cualquiera, desde los inmigrantes hasta las élites o el sistema, siendo siempre los responsables conceptos etéreos y de difícil identificación.

La responsabilidad toma entonces un cariz unidireccional en el cuál los ciudadanos a los que el Estado les ha ido dando prácticamente todo y por lo cuál ninguno de ellos ha tenido que luchar o, siquiera, sacrificar algo se dedican a cargar contra todo aquéllo que les rodea sin tener en cuenta que ellos también son responsables. Los jóvenes se indignan con los recortes en materias de educación, pero una gran mayoría de ellos ha malgastado enormes sumas de dinero en becas asumiendo que el Estado les pagaba unas vacaciones; los agricultores de los problemas de financiación y mantenimiento de sus explotaciones cuando muchos utilizaron las ayudas europeas para comprarse una casa en la playa o un Mercedes; los trabajadores en general por el enorme paro existente, cuando muchos de ellos se han dedicado a trabajar y cobrar en negro o a utilizar ayudas como la del paro, ideada para que se pueda soportar la falta de trabajo hasta que se encuentre uno nuevo, como si de un sueldo se tratase...

Hay muchos ejemplos, pero enumerarlos no serviría de mucho. Al final siempre es mucho más sencillo afrontar que son los demás los que tienen la responsabilidad y los que deben asumir la carga fruto de todos esos años de comodidad absoluta que se creían interminables y en los que muy pocos intentaron mantener un cartucho en la recámara ante la posibilidad de que el sistema se rompiese. Al final todo es cuestión de aplicar un doble rasero a la individualidad: por un lado todo aquéllo que un individuo logra en la vida es producto puro de su esfuerzo, mientras que la parte negativa de la misma es considerada como consecuencia de cuestiones sobre las que la persona no tenía ningún tipo de control o influencia decisiva. Y esto es lo más preocupante, que nos guiemos todavía por preceptos ilustrados que, parece, se han mantenido prácticamente intactos a lo largo del tiempo.


Como siempre, gracias a todos aquéllos que leéis estas desordenadas divagaciones y disculpas por no haber conseguido una mejor estructuración o desarrollo de las ideas planteadas.

Escrito y editado originalmente por Eternal Pain. Copyright © . Todos los derechos reservados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario