miércoles, 2 de febrero de 2011

Generando moral; degenerando sociedad

Los medios de comunicación, desde su aparición, fueron concebidos por parte de los Estados de la más diversa índole como un vehículo para instalar en la mente de sus ciudadanos aquéllas ideas que desean. La proliferación de noticiarios a principios de siglo, como podrían ser FOX en Estados Unidos, UFO en Alemania o el famoso No-Do en nuestro país, reflejan precisamente este hecho. Evidentemente, este intento de manipulación no comezó con los medios audiovisuales, pero sí recibió un fuerte impulso cuando éstos aparecieron. Con el paso del tiempo todo esto, como es evidente, cambió.

A día de hoy estos intentos se materializan por todas partes, desde la publicidad hasta las conversaciones entre amigos o compañeros de trabajo, pasando por periódicos y radios. Han logrado vendernos la libertad de expresión, ese concepto tan ambiguo, como una forma de legitimar esa manipulación, agregando a ello que, gracias a la educación de los ciudadanos, esta libertad se une con otra, que es la de elección. Este punto es bastante curioso, ya que hace que se considere como una decisión personal la asunción o creencia en determinados valores que nos están transmitiendo.

Como antaño, nos transmiten valores en forma de noticias, y sólo hay que echar un vistazo a la enorme cantidad de medios de comunicación gratuitos, como los periódicos, para entenderlo. Además, el paso de una sociedad de productores/soldados a una de recolectores de sensaciones contribuye a horadar este proceso al introducir un nuevo factor que sostiene nuestro sistema económico: la publicidad.

Aquéllos que en el futuro estudien los medios de comunicación españoles de hoy en día se encontrarán con lo que parecería un auténtico cancer social que se antoja irradicable. Me refiero a la "violencia de género". Es interesante lo que en unos siete años se ha hecho con este tema, lanzando por completo los estudios de género, por muy estúpidos que sean en muchos casos, y promulgando la igualdad por doquier con el fin de alcanzar una popularidad entre los votantes. Desde entonces se nos ha bombardeado constantemente con noticias acerca de la denominada como "violencia de género", prestando a este tipo de noticias una gran cantidad de atención por parte de todos los medios.

La aprobación de leyes contra este tipo de violencia ha logrado, además, ayudar a esa enfermedad degenerativa propia de los recolectores de sensaciones: el asumir lo que ven, oyen y leen como una verdad incontestable. Aquéllos que no lo hacen son la excepción, a pesar de que todo el mundo se considera dentro de este grupo. Pues bien, desde aquí, y con el reducido número de lectores que poseo, deseo transmitir un mensaje claro: las leyes contra esa "violencia de género" lo único que han logrado es agrandar aún más la brecha de desigualdad social, planteando ahora una desigualdad en base al sexo que antes no existía y que debería considerarse como anti-constitucional y terriblemente peligrosa: la desigualdad ante la ley.

A aquéllos que se consideran parte de ese grupo excepcional que desecha la información que recibe con el fin de ahondar más en la cuestión y contrastar fuentes les recomiendo encarecidamente que acudan a la sentencia del Tribunal Constitucional a favor del artículo 148.4 del Código Penal recurrida por una juez del Juzgado Número 2 de Albacete. Este artículo, para los que no lo conozcan, establece una diferencia entre hombres y mujeres en el caso de violencia doméstica que atenta absolutamente contra la igualdad ante la ley, principio fundamental de toda constitución liberal. Dicha diferencia establece que, en caso de ser el hombre el agresor, la condena oscilará entre dos y cinco años de cárcel mientras que, sin embargo, si fuese una mujer la agresora sólo se establece que la pena de cárcel máxima es de tres años.

Según el Tribunal Constitucional, esta normativa busca "prevenir las agresiones que, en el ámbito de la pareja, se producen como manifestación del dominio del hombre sobre la mujer". Es realmente preocupante que una institución como ésta reconozca abiertamente la desigualdad entre el hombre y la mujer. Y no sólo la desigualdad, sino la inferioridad manifiesta de la mujer. Algunos dirán que este tipo de leyes son normales puesto que se dan más agresiones de hombres a mujeres que viceversa, pero, ¿desde cuándo un dato estadístico legitima la vulneración de derechos constitucionales? ¿Y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano?

Con este precedente se abre un peligroso horizonte, abonado continuamente por cuestiones similares, en el cuál se van difuminando cada vez más las barreras existentes entre los conceptos que antes estaban claros. Hoy en día se utiliza mucho la expresión de "respetar las opiniones de los demás", algo que es consecuencia de una falta de cultura acerca de lo que significa realmente la libertad de expresión. Las opiniones pueden existir, y pueden ser respetadas, pero no cuando éstas atentan contra la lógica más básica. Cuando un aserto no es lógico deja de ser una opinión, ya que se mueve en un campo en el cuál no existe ningún tipo de legitimidad. El hecho de darle legitimidad en base a un derecho o libertad mal entendida lo único que hará será reforzar ideas y acciones ilegítimas e ilógicas que lo único que conseguirán es deformar la realidad, permitiendo la aceptación de actos y conductas que ahora consideraríamos deleznables.

Esta difuminación de barreras afecta a absolutamente todo, de forma que, a día de hoy, apenas existen diferencias entre una educación dura y el maltrato infantil o entre un pretendiente pesado y el acoso. Del mismo modo avanza a grandes zancadas la idea del maltrato psicológico, que poco a poco comienza a difuminar la barrera que lo separa de una mera discusión.

La sociedad crea leyes con el fin de protegerse de los males que en ésta anidan, pero la paranoia de la inseguridad, instaurada por los gobiernos con el fin de legitimarse y acentuada a principios de este nuevo siglo, junto con la idea que nos transmite la sociedad capitalista de progreso ilimitado lleva a las personas a aceptar la creación de leyes para males inexistentes. La seguridad ha comenzado a funcionar del mismo modo que el mercado, generando necesidades constantes para los ciudadanos, que son, al fin y al cabo, los que legitiman las leyes.

Ley y moral van unidos, como ya he comentado anteriormente en otros escritos, y los recolectores de sensaciones vamos difuminando poco a poco también esta conexión, al igual que muchas otras. Llegados a este punto, y con el fin de hacer entender a todos los recolectores de sensaciones lo que prentendo transmitir, hay que decir que las ideas de Alan Moore no se encuentran alejadas en absoluto de las de Zygmunt Bauman.

Y lo peor de todo es que parece algo inevitable.

Escrito y editado originalmente por Eternal Pain. Copyright © . Todos los derechos reservados.