sábado, 4 de diciembre de 2010

Die Rosendame

Este pasado viernes se estrenó en Madrid la representación de la célebre ópera de Richard Strauss Der Rosenkavalier. La obra es realmente magnífica, muy humana y con unos personajes que son capaces de llegar hasta el tuétano. Esta ópera, nacida de los rescoldos del podrido y degenerado romanticismo alemán de finales del siglo XIX y principios del XX, nos cuenta una historia de amor en la cuál el padrino de una boda, enviado con una rosa plateada en señal de pedida de mano por parte del pretendiente, se acaba enamorando de la novia, abandonando a su madura amante y viviendo con ella para siempre. O eso se intenta transmitir.

Algunos dirán que la ópera tiene vigencia hoy en día debido a que nos cuenta una trágica historia de amor en la cuál uno puede verse fácilmente reflejado. Probablemente sí sea una obra que tiene vigencia hoy en día, aunque por otros motivos.

La obra logró que mi mente evocara, por alguna extraña asociación de ideas, una frase que me dijeron hace unas semanas tomando un café acerca de las discusiones de pareja y las rupturas de las mismas. La frase rezaba algo parecido a esto: "No entiendo por qué la gente prefiere romper una relación por una discusión en lugar de estar un par de días sin hablarse para tranquilizarse y luego seguir con su vida". Probablemente la expresión no fuese literalmente esa, pero sí se corresponde con lo que la frase deseaba transmitir.

Antes mi respuesta para una oración de ese calibre era muy simplista y relacionada siempre con el egoísmo personal existente en una, o ambas, partes de la pareja. La realidad es que los factores a contemplar aquí son muy superiores, tanto en número como en complejidad. Se trata de un comportamiento social muy aceptado y corriente para que le hemos sido educados sin darnos cuenta. Al fin y al cabo, por mucho que uno quiera sentirse libre de sí mismo y de su construcción personal, lo cierto es que es muy difícil escapar a los influjos que emana la sociedad post-industrial.

Muchos heraldos del futuro, como Giddens o Beck, han lanzado a los cuatro vientos sus profecías basadas en el cambio sustancial que han sufrido la vida de los seres humanos en Occidente debido al avance de la tecnificación del trabajo y la expansión y desarrollo de los mercados y mecanismos financieros. Y la idea del riesgo se encuentra en el centro de la mayoría de estas prognosis.

El riesgo se ha convertido en el motor de la vida del ser humano. Algunos, como Sennett, han analizado sus implicaciones y sus influencias con el origen en los nuevos sistemas laborales; otros, como Beck, hablan de un inicio en aquéllos campos que escapan al control de los Estados. No obstante, la idea de riesgo siempre ha estado presente en la vida humana, aunque con diferentes acepciones.

Como es lógico, no realizaré ningún recorrido acerca del origen etimológico y los usos de este término, pero lo cierto es que, hoy en día, su uso y asunción se ha potenciado enormemente a pesar de que su correlación con el éxito en la vida se ha visto sustancialmente modificada. Todos conocemos frases como "no pain, no gain", que reflejan perfectamente las ideas que aún conservamos de antaño acerca del trabajo duro y su merecida recompensa.

Hoy en día no existe una recompensa tangible para el trabajo duro, ni siquiera una de carácter psíquico, ético o moral, ya que, para el ser humano, no es más que un reflejo de una recompensa material. Lejos de hablar de la exégesis de este hecho, basado para muchos teóricos en la flexibilización del trabajo, es importante que nos fijemos en el concepto en sí y en cómo lo vivimos día a día (esta expresión no es casual, ya que me refiero a la sociedad actual, en la cuál todo ha de ser inmediato y a corto plazo).

El asumir riesgos implica un cambio substancial en nuestras vidas, ya que, antes de hacerlo, solemos hacer un rápido análisis de los costes y las probabilidades de éxito. Dejando de lado que el análisis está falseado por nosotros mismos, y volviendo a la frase utilizada como ejemplo es evidente que asociamos el riesgo con una ganancia o recompensa, aunque no sea más que debido a una herencia cultural que, aunque ha perdido su validez, sigue conservando su poder en la mente humana.

Aunque pueda parecer extravagante, riesgo, cambio y recompensa son, a día de hoy, sinónimos en la mente humana a la hora de tomar decisiones vitales. Cuando se asume un riesgo se obtiene, como resultado y parte del proceso de desarrollo, un cambio, que, a su vez, es percibido por el ser humano como una recompensa. En este sentido la recompensa no es de carácter físico, aunque parte del evidente cambio tangible y físico que se sufre con la asunción de un riesgo. Se trata de un proceso mental mediante el cuál, al haber asociado riesgo y cambio a ganancia, el individuo se siente plenamente realizado cuando ha llevado a cabo un cambio substancial en su vida, como puede ser cambiar de trabajo o de pareja.

Además, se trata de un argumento que se introduce en la mente humana desde que se es niño por un simple proceso antropológico que podría resumirse en una complejización del condicionamiento básico. Culturalmente tenemos estos conceptos asociados por todas partes, formando parte de lo que Nye denominó, aunque en otros términos y para otros fines, como poder blando. Gran cantidad de películas y obras literarias nos ofrecen visiones idealizadas de la vida por muy realistas que intenten ser. En estas historias, mucho más simplificadas para los más pequeños, observamos la contraposición entre un héroe que asume una gran cantidad de riesgos y logra triunfar frente a la adversidad con villanos que prefieren utilizar la cautela y el inmovilismo como táctica. Los héroes ganan y los villanos pierden. Esa es la moraleja de siempre: el que arriesga, gana ("no pain, no gain").

Esa idealización, puesto que ya hemos comentado que nunca antes en la Historia se han encontrado tan difusa y alejadamente los conceptos de riesgo y recompensa inmediata y rentable, sienta, además, unas bases morales acerca de qué es ser "bueno" y qué es ser "malo" en el sentido de progreso vital. De este modo, el que no arriesga no progresa, y si no progresa, será un villano, un perdedor. Un análisis frío de la situación podría llevar al individuo a pensar que, por ejemplo, un trabajo fijo de funcionario sería más rentable a largo plazo que un puesto en una empresa que trabaja en bolsa. Ese análisis rara vez se lleva a cabo, y si se hace, puede que, aún así, no sea aceptado por el individuo, ya que lo único válido es aquéllo inmediato, aquéllo que pueda tocar y sentir en el mismo momento de tomar la decisión de lanzarse al vacío.

Además, aquí interfiere otro factor psicológico importante, y que, por si fuera poco, suele ser común en los referentes culturales ya mentados: la edad. Los villanos siempre suelen ser personas adultas, normalmente bastante mayores, mientras que los héroes se encuentran siempre en la flor de la juventud. Esta contraposición hace, además, que se desarrolle la idea de que la edad está directamente relacionada con la capacidad de asumir riesgos en una simple ecuación que reza que, a más edad, menos capacidad.

Pero esta asociación funciona en ambos sentidos y en diferentes dimensiones. Una persona, por tener cierta edad, puede ser considerada como inmovilista e incapaz de cambiar; pudiendo suceder también exactamente lo contrario: que alguien, por inmovilista, sea visto por la sociedad como alguien "demasiado viejo". Se trata de una especie de muerte en vida, ya que aquél que se queda sin capacidad para asumir riesgos no es considerado como una persona útil por sus semejantes.

De este modo, uno de los factores psicológicos clave en nuestras vidas es el cambio reflexivo. Es decir, enfrentado a sí mismo, ya que, aunque se logre el objetivo, una vez el riesgo ya ha sido superado, se vuelve a entrar en la etapa anterior, condenándose a una especie de "eterno retorno al inicio", y logrando que se valore aquéllo que se ha sacrificado ("pain") para obtener esa recompensa ("gain"), normalmente por encima de ésta última, al darnos cuenta realmente de lo que se ha perdido. Pero la vuelta hacia atrás se torna imposible, ya que la sociedad nos ha educado para que el asumir un riesgo signifique atravesar un punto de no retorno.

Así es mucho más sencillo comprender tanto las rupturas amorosas como cualquier otro exabrupto vital, al basar el individuo sus decisiones en un condicionamiento social mediante el cuál interpreta que el estatismo, el mantenerse en un mismo punto (o lo que parece un mismo punto) no es rentable. En este sentido, el ejemplo más claro, en relación con la frase que ha iniciado toda esta avalancha, es el de los problemas que surgen en una relación cuando la pasión inicial se morigera.


Gracias, Strauss.
Gracias, Dama de la Rosa.


Escrito y editado originalmente por Eternal Pain. Copyright © . Todos los derechos reservados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario